Melody ha cumplido un sueño que lleva toda la vida persiguiendo. Esta noche, sobre el escenario de Eurovisión, no solo hemos visto a una artista consagrada; hemos visto a la misma niña que con solo diez años cantaba entre gorilas con una voz más grande que ella, con una ilusión que aún hoy no ha perdido. Aquella pequeña sevillana que soñaba con representar a España ante Europa ha llegado, por fin, a la cima. Y lo ha hecho con el aplomo de quien ha crecido a base de esfuerzo, pero sin perder ni un ápice de esa luz con la que empezó.
Desde que gritó su primer ¡Hello Europa! en la preparty de Madrid, supimos que Melody venía a jugar fuerte. Tras su victoria en el Benidorm Fest, ha desplegado una campaña de promoción que ya es historia: ha conquistado cada ciudad con su desparpajo, ha fingido acentos de media Europa con tal de ganarse un voto más y hasta ha protagonizado “conversaciones” virales con Lady Gaga. Pero, sobre todo, ha mostrado un amor incondicional a sus fans: ha reído, bailado y llorado con ellos, haciendo de cada encuentro algo único. Esta noche, sobre el escenario, no ha estado sola. La han acompañado todos esos abrazos, todas esas voces que la han animado desde cada rincón del continente.
“Europe, start voting now” ha sonado ya, pero desde el primer segundo, ha quedado claro que esta actuación no iba a ser una más… Ha comenzado en el centro del escenario, sobre una plataforma ligeramente elevada y envuelta en sombras. Las luces han esbozado su silueta, perfilada con delicadeza mientras el público contenía el aliento.
A medida que la cámara se alejaba, ha emergido el vestido de cola que envolvía a la artista como si fuera una escultura viva. El estadio, en absoluto silencio, ha sido testigo del primer gran gesto escénico de la noche: la cola se ha rasgado con un efecto sorprendente y de su interior han aparecido los cinco bailarines, como si nacieran de su propia historia, de su linaje, de sus raíces.
El primer acto ha sido un homenaje: al folclore, a la tradición, a las que vinieron antes. La estética andaluza ha estado presente en cada pliegue de su vestuario, en cada gesto sobrio y firme. El sombrero cordobés, la mirada serena y poderosa.
Pero Melody no se ha quedado ahí. Ha evolucionado. Como su canción. El cambio de ritmo ha marcado su descenso por una alfombra roja LED que se ha desplegado como una declaración de intenciones. Diva, sí. Pero una que camina. Una que avanza. Ha desaparecido brevemente tras un gran telón teatral, solo para reaparecer, como renacida, enfundada en un mono brillante y plateado, dando comienzo al segundo acto como una DIVA.
Y entonces ha llegado la catarsis. La coreografía ha ganado intensidad y ritmo. La diva de teatro se ha transformado en estrella contemporánea. Con un gesto firme, la andaluza ha alzado la mano, y el telón ha caído, descubriendo una plataforma de mármol blanco con escaleras gemelas. La cantante ha subido hasta lo más alto, como metáfora de ese ascenso que solo logra quien se ha hecho a sí misma.
¿Lo mejor y lo que desató la euforia?
Su icónico paso del helicóptero. Ha sido en ese instante —con un agudo imposible, con las luces rompiéndose como un grito y con las imágenes de grietas en el suelo— cuando el estadio ha estallado. Y con él, medio continente.
La Diva ha brillado como nunca. Lo ha hecho sin perder de vista sus raíces, pero también sin miedo a romper con todo. Ha sido presente, pasado y futuro. Ha sido diva. Ha sido artista. Ha sido Eurovisión. Y aunque aún no sabemos en qué lugar quedará en la clasificación, lo que sí podemos decir es que ya ha ganado algo mucho más grande: el corazón de Europa.
HOLA.com