La soledad sostenida en niñas, niños y adolescentes no debe subestimarse: no es simplemente tristeza o desinterés ocasional; es una señal cerebral de alerta que puede alterar el desarrollo emocional, cognitivo y social.
“Desde INECO vemos cada vez más consultas vinculadas al aislamiento emocional en edades tempranas, lo que indica que se trata de una problemática actual y relevante”, explica la doctora Andrea Abadi, médica psiquiatra y directora del Departamento Infanto Juvenil de INECO.
La soledad tiene eco cerebral
En plena infancia y adolescencia el cerebro está en constante reorganización: se refuerzan circuitos en la corteza prefrontal (planificación y control emocional), en el hipocampo (memoria y aprendizaje) y en la amígdala (respuesta emocional).
Cuando la soledad es prolongada, se activa el eje del estrés (HPA), lo que incrementa los niveles de cortisol y coloca al cerebro en un estado defensivo permanente. Esta respuesta sostenida afecta el correcto desarrollo neuronal y puede impactar la capacidad para resolver conflictos, prestar atención o gestionar emociones de forma adaptativa.
Impacto emocional, aprendizaje y vínculos
Muchos chicos y adolescentes que parecieran adaptarse bien en la escuela o en casa están atravesando una sensación intensa de soledad que no siempre es visible. Esta vivencia puede asociarse con síntomas como ansiedad, falta de motivación o baja autorregulación. Tal vez tengan buen rendimiento, pero sus conexiones afectivas están debilitadas, y el cerebro registra esa falta de pertenencia como una amenaza, interfiriendo con sus recursos emocionales y de aprendizaje.
“Aunque no se note a simple vista, la soledad deja huellas en el cerebro que influyen en la forma en que un chico regula lo que siente, aprende y se vincula”, agrega la doctora Abadi.
Lo que muestra la evidencia científica
Diversos estudios han demostrado que, ante la soledad, una reducción del volumen cerebral en regiones específicas relacionadas con la memoria y la capacidad de autorregulación emocional.
Además, se observa una conectividad alterada entre las áreas del cerebro responsables de procesar aspectos sociales y emocionales, lo que puede dificultar la empatía y la calidad de la interacción con los demás.
La activación crónica del estrés genera respuestas inflamatorias sostenidas que afectan negativamente la neuroplasticidad, es decir, la capacidad del cerebro para adaptarse y reorganizarse, así como la atención sostenida, fundamental para el funcionamiento cotidiano.
Finalmente, estas alteraciones aumentan el riesgo de desarrollar síntomas depresivos y ansiosos, incluso en personas que no presentan cuadros clínicos claros o diagnosticados formalmente.
Cinco recomendaciones
Las siguientes son algunas claves para acompañar el desarrollo emocional y prevenir los efectos de la soledad en el cerebro en crecimiento:
También es útil participar de proyectos comunitarios donde los chicos y adolescentes puedan sentirse parte de algo significativo.
Este efecto se produce aun cuando no tengan palabras claras para describirlo.
Observar retraimiento, humor bajo o desmotivación como señales que ameritan escucha y acompañamiento interdisciplinario.
Fomentar conversaciones cara a cara, actividades al aire libre o dinámicas grupales en lugar de pantallas solitarias.
La arteterapia, la psicoterapia o los abordajes integrales pueden ayudar a reconstruir redes afectivas e internas de regulación emocional.
La infancia y la adolescencia son etapas en las que el vínculo marca la forma en que se aprende, se siente y se regula. Si la soledad se vuelve crónica, el cerebro registra esa desconexión como una amenaza constante. Apostar por entornos seguros, sensibles y conectados no es solo una cuestión emocional: es un cuidado cerebral profundo que puede transformar la trayectoria de una vida.