La noche del 7 de septiembre, el cielo se vistió de gala y recibió una luna que se despidió de su pálido resplandor para teñirse de un carmesí profundo y enigmático.
Lo que se conoce como una luna de sangre no fue solo un evento astronómico, sino un espectáculo que unió a millones de curiosos alrededor del planeta.
Europa, Asia, África y Oceanía, los atardeceres en Madrid y Dubai, las madrugadas en Japón y las noches en Marruecos, se convirtieron en el telón de fondo para un drama cósmico que se desplegó durante horas.
Observadores, aficionados y amantes de las estrellas en todo el mundo se unieron para contemplar en silencio cómo este satélite natural se oscurecía lentamente, para emerger con un tono rojizo hipnotizante.
La luna de sangre no se vio en todos lados
Este fenómeno ocurre cuando la Tierra se interpone de manera perfecta entre el Sol y la Luna. La atmósfera, de hecho, actúa como un filtro. Dispersa los tonos azules y deja que los rojos y naranjas se curven y se refracten hasta bañar la superficie lunar. El resultado es esa luna de sangre.
Mientras gran parte del mundo disfrutaba del espectáculo, en el continente americano la noche no trajo el mismo regalo.
En América del Norte y del Sur, el evento coincidió con las horas del día, lo que hizo que la luna fuera invisible para los habitantes de esas regiones.
Para ojos expertos, fue un recordatorio de la naturaleza caprichosa del cosmos, que elige su escenario y su audiencia sin previo aviso.
Es así cómo mientras la Luna volvía a su color habitual, el mundo se quedó con la memoria de un instante mágico. Un instante en el que una misma emoción de asombro y maravilla conectó a personas separadas por océanos.
AFP