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Carmen Montilla de Mariñez: un corazón enorme que acogió cinco hijos adoptivos

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Escrito por Beatriz Quintana

Guanare.- Ser madre de forma natural, además de la decisión de serlo, implica amor a manos llenas, responsabilidad, voluntad y fuerza interior. Ser madre adoptiva es igual, pero en grado superlativo, con una valentía y una convicción que muchas, no tenemos.

Carmen de Mariñez es una madre guanareña digna de admiración y de ser tomada como ejemplo de vida, porque pudiendo ser madre naturalmente, adoptó, no uno, sino cinco hijos que hoy la llenan de amor.

A través de su hermosa historia, Nuestra Gente rinde hoy homenaje a esas madres, cuyo vientre no “floreció” pero que su instinto maternal no fue opacado en modo alguno, dando paso a otras posibilidades de brindar esa protección, que termina siendo recíproca, a los hijos adoptivos.

Como toda joven ilusionada con tener una familia, se casa con Carlos Mariñez y planifican los hijos que tardaban en llegar. Los exámenes médicos concluyeron que ella era una mujer fértil, pero no así su esposo. Sin embargo, fue un matrimonio feliz de 50 años, mejor que muchos, porque solo una pareja que se ama, comprende y complementa, cambia su sistema de vida para adoptar.

Hoy, Gladys, Inmaculada, Aurora y Francisco, son ciudadanos de bien, todos ellos profesionales casados y que les han dado un montón de nietos. Wilmer, de 52 años y con una historia muy particular porque nació con discapacidad intelectual severa, es el más consentido de la familia y el que acompaña a doña Carmen permanente con la alegría propia de su alma pura.

La adopción es un encuentro de soledades. Madres que tienen una misión distinta, dice doña Carmen: amar, educar y hacer adultos útiles y felices a estos cinco niños, ha sido la suya.

Las morochas

«Claro que yo quería tener mis propios hijos, incluso soñaba con un parto morocho. No fue posible, pero creo que Dios tenía un propósito conmigo, porque todos venimos con una misión de vida. No me los mandó en mi vientre, pero me los mandó en el corazón», aseguró.

En vista de que el tan ansiado embarazo no llegaba, acudieron a las pruebas médicas e intentos, todos, sin efecto. Finalmente, supieron que su esposo no podría engendrar.

Mucha gente le decía que su matrimonio podía ser anulado, si ella quisiera procrear. La pareja se mantuvo firme, ambos deseaban hijos porque venían de familias numerosas y amaban profundamente a los niños.

«Entonces, se presentó la oportunidad a través de una de mis hermanas que era enfermera en un pueblo, a quien le llevaron una bebé de 3 años, que había quedado huérfana y de quién se hizo cargo. Cuando yo la vi, quedé fascinada con la niña, y mi esposo y yo la convencimos de que nosotros podíamos darle un hogar y una educación adecuada. Luego, llegó Inmaculada, solo nueve meses menor que Gladys, a través de mi mamá. Ambas son del mismo pueblo pero sin nexo alguno. Le insisto en que siendo ella y mi papá tan mayores, estaría mejor conmigo».

Así fue como su deseo fue cumplido, tenía dos niñas casi de la misma edad, ambas de ojos verdes. Dos hermanas tan unidas, tan divertidas, bien llevadas y tan parecidas, que nadie duda ni por un minuto de su parentesco.

«Su primera maestra, Audelina de Peraza, se reía mucho de sus ocurrencias y su pediatra, el Dr. Carlos Gómez Urquiola, le decía ‘las morochas'», relató.

Ambas, se han realizado profesionalmente: como pedagoga, Gladys y odontóloga, Inmaculada, con familias estables y hermosas.

Y llegó Wilmer

Wilmer fue un bebé que nació con una condición de discapacidad intelectual por desnutrición materna y a quien no le daban más de 8 días de vida. Una amiga suya quiso llevarlo a su casa, pero el esposo no lo aceptó.

«Fuimos a ver al bebé y lo llevamos al pediatra. Tenía una gastroenteritis y desnutrición en segundo grado. La intención era solo ayudarlo, pero lo amamos de inmediato y lo salvamos. Hoy es mi compañero, me da mucho amor. Cumple 53 años en noviembre y lo cuido muchísimo, porque su salud es delicada», señaló doña Carmen.

Francisco y Aurora

«Francisco es hijo de mi asistente. Nació en mi casa y allí estuvo con nosotros hasta que ella decidió irse. Por supuesto, fue una separación difícil, pero tras un segundo embarazo me lo trajo y decidimos adoptarlo también». Hoy en día, es ingeniero.

Cuando Aurora (también huérfana) llegó a la familia Mariñez Montilla, era ya una adolescente, vivía anteriormente con otra de las hermanas de doña Carmen. Inicialmente, fue solo para ayudar; la abuela estaba mal, Francisco se enfermaba, Wilmer requería ayuda, doña Carmen no podía desatender su trabajo en la Unellez. Pero, finalmente, pasó a formar parte de la familia y también es profesional universitaria.

La adopción

Doña Carmen relató que el proceso legal de adopción fue realizado sin problemas. Las primeras se lograron simultáneamente y les hicieron seguimiento por algún tiempo. Las demás, fueron más fáciles, porque ya sabían que eran unos padres responsables y excelentes.

Por su parte, los hijos no dejan de sentirse orgullosos y agradecidos por ser una mujer extraordinaria, que no duda en ayudar a quien la necesita.

«De ella, siempre he escuchado la frase: ‘la familia es lo más importante’. Hoy, con la madurez alcanzada, sé que tengo una amiga incondicional, siempre está para mí y mis hermanos, porque aunque no nacimos de su vientre, ella no ha marcado ninguna diferencia entre los cinco. Te amo, mamá, me hará falta vida para agradecerte», dijo Gladys, la mayor.

«Tengo cinco hijos maravillosos que me han dado unos nietos que adoro y que en la actualidad me apoyan y respaldan en todo sentido, sobre todo, después de haber quedado viuda. Le doy tantas gracias a Dios por habérmelos enviado, porque yo nunca busqué en orfelinatos ni hospitales; me los mandó a mi casa. Mi esposo fue un hombre maravilloso y comprensivo que merecía mi apoyo y una familia, tal como la tuvimos». (CNP 16:100)

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