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Cruzar el Darién y casi morir en el intento  

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Escrito por Beatriz Quintana

Acarigua.- Esta es la historia de Neidismar A., su esposo y cuatro pequeños de 10, 9, 6 y 3 años, que después de 5 años de haber emigrado, regresan a Barquisimeto con las manos vacías y muchas cicatrices en el alma y el cuerpo.

Es la experiencia que están viviendo muchos venezolanos migrantes que salen de su país en busca de mejores oportunidades de vida y regresan con lo opuesto y el corazón roto, después de cruzar el terrible Tapón del Darién…y desde Portuguesa Reporta queremos ayudarles.

Se fueron inicialmente a Colombia, donde permanecieron durante cuatro años y se mantuvieron con el trabajo de su esposo, obrero de la construcción, hasta que éste  se quedó sin empleo.

Entonces deciden seguir hacia Ecuador, un país en el que tampoco consiguieron la posibilidad de vivir mejor. Durante seis meses, la madre cargando a su hijo menor, recorrió las calles vendiendo aguacates y el padre no pudo conseguir un trabajo estable.

Una vez más deciden moverse y conquistados por engañosos y ambiciosos personajes, que les ofrecieron pasarlos a Estados Unidos, cruzaron la peligrosa selva del Darien.

«Es horrible -relató- apenas llevábamos algunos dólares para sobrevivir pero pronto se nos acabó el dinero. Durante tres días mis hijos no comieron nada, las botas nos destrozaron los pies», explicó mostrando las cicatrices de profundas heridas en las piernas de su hija de seis años.

Resistieron, sin embargo, el recorrido de sus padres durante de 10 días y en cada paso de los selváticos ríos les cobraban de 25 a 40 dólares.

«Nos fuimos porque nos dijeron que era muy fácil pasar y que había muchos refugios donde nos ayudarían, podríamos comer y descansar. Lo creímos, pero esos ‘refugios’ son una verdadera pesadilla y mi hija casi se me muere», explicó la joven mujer.

Cada comida les costaba 5 dólares y tomaban agua de los ríos. Los infantes se enfermaron a tal punto de que la niña, al llegar a Panamá, tuvo que ser atendida de emergencia, casi sin signos vitales.

Llegaron hasta Nicaragua en esas precarias condiciones, decididos a alcanzar al paso fronterizo, pero cada salvoconducto allí les costaba 150 dólares, que no tenían.

Regresan, entonces, hacia Costa Rica, a una zona fronteriza con Panamá, donde estuvieron los tres últimos meses.

Los timaron muchas veces al contratarlos y luego no les pagaban lo acordado. Trabajaron siempre que pudieron y nunca lograron el sueño de un presente generoso, mucho menos de un futuro prometedor.

El 15 de enero, Neidismar llegó tan cansada de su labor de cocinera que desesperada le pidió a su esposo regresar a Venezuela.

Cadena de favores

Sin pasaporte y solo con un certificado migratorio, compraron los pasajes para volver. Era su primer viaje en avión, a ella se le veía asustada pero aún así, decía estar feliz: «regreso a mi hogar», repetía mientras los niños durmieron el cansacio de una vida precaria.

Ellos le dejaron lo poco que tenían -colchonetas y enseres de cocina- al grupo de venezolanos que llegó ese mismo día, empujados por una situación económica que quizás no resuelvan y que pueda costarle la vida a algunos de sus familiares.

El de Neidismar, su esposo y sus cuatro hijos, no fue un viaje cualquiera, fue muy dura su travesía y nada tienen, pero son jóvenes, trabajadores y saben lo que es añorar su tierra y tardar tanto en llegar. (CNP 16.100)

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