A Luis Enrique lo llamaron loco cuando hace un año dijo que el PSG sería mejor equipo esta temporada. Nadie creía que, en el año en el que Mbappé se marchó del club, el jugador por el que Qatar hizo lo imposible para que se quedara, el conjunto parisino vapulearía al Inter en la final de la Champions y lograría su primera Orejona.
Se gastó ingentes cantidades de dinero Qatar para cumplir el sueño. Se dio cuenta de que las estrellas no garantizaban el éxito. Fichó a Luis Enrique para que revolucionara el proyecto. Y vaya si lo hizo. Siete títulos en dos temporadas, incluida esta Champions, tan merecida para un equipo que estuvo contra las cuerdas en septiembre.
Luis Enrique tenía razón. El técnico asturiano ha fraguado un muro imbatible, una apisonadora, una pesadilla para sus rivales. París, por fin, tras muchos años de desdichas, tiene su ansiada Champions. Para él, es la segunda ‘Orejona’ de su carrera deportiva y, por consecuencia, el Triplete -o cuadruplete si contamos la Supercopa francesa-.
Diez años largos después del logrado con el Barça en 2015, con alegrías y amarguras por el camino, “Lucho” demostró al mundo entero que es un entrenador como la copa de un pino, que las polémicas y su animadversión a la prensa no opacan un trabajo que da resultados.
Luis Enrique igualó en el Allianz a Pep Guardiola. Ambos cuentan con dos Tripletes en su currículum. Excompañeros, amigos, culés y un palmarés que ruboriza. El técnico gijonés es sinónimo de éxito, demostrando que el Paris Saint-Germain acertó de pleno con su contratación hace dos temporadas, cuando le llovieron palos hasta en la chistera.
Le cumplió a Xana
Y le cumplió la promesa que nació hace diez años, cuando ganó la Champions League con el Barcelona en 2015 y celebró junto a su hija Xana. Aquella noche le dijo que volverían a levantar otra copa, sin imaginar que el destino los separaría tan pronto.
Xana falleció en 2019, a los nueve años, víctima de un cáncer óseo. Desde entonces, el entrenador español convirtió el dolor en motor, regresando al fútbol con una convicción profunda: honrar su memoria en cada paso, en cada partido, en cada sueño.
Esta vez lo hizo sin depender de nombres rutilantes, sino con una generación joven, disciplinada y valiente. El 5-0 sobre Inter de Milán en Múnich fue una consagración colectiva, pero también un acto íntimo: la promesa cumplida a su hija. No fue solo una copa al cielo. Fue un mensaje. Fue amor. Fue el fútbol como reencuentro eterno.
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