La obesidad, según la Revista Española de Cardiología, se define como la acumulación excesiva de grasa corporal, que generalmente se mide a través del índice de masa corporal (IMC). Se considera obeso a quien alcanza o supera un IMC de 30 kg/m², una cifra establecida a nivel internacional que permite estandarizar el diagnóstico entre distintas poblaciones.
A diferencia del sobrepeso, que se define por un IMC entre 25 y 29,9 kg/m², la obesidad implica riesgos sanitarios mayores y suele estar acompañada de otras complicaciones metabólicas.
En las últimas décadas, la prevalencia de la obesidad ha aumentado en forma alarmante, tanto en países desarrollados como en aquellos en vías de desarrollo. Este incremento afecta a todos los grupos etarios, incluyendo un número creciente de niños y adolescentes.
Tal expansión ha llevado a calificar a la obesidad como una auténtica epidemia global, impulsada por la rápida urbanización, la disponibilidad de alimentos ultraprocesados y el sostenido descenso en la actividad física diaria.
Los datos recogidos por la propia Revista Española de Cardiología evidencian que la obesidad repercute negativamente no solo en la calidad, sino también en la esperanza de vida, generando preocupación en organismos internacionales y comunidades científicas que ven en este fenómeno uno de los principales retos actuales para la salud pública.
Ante esta realidad, los expertos indicaron las 7 estrategias clave para la prevención cardiovascular:
1.- Mantener una alimentación equilibrada y rica en vegetales
2.- Aumentar la actividad física regular y adaptada a cada persona
3.- Controlar el peso corporal a valores saludables
4.- Evitar el tabaquismo y limitar el consumo de alcohol
5.- Controlar la presión arterial, la glucosa y el colesterol con chequeos regulares
6.- Seguir las recomendaciones médicas y considerar tratamientos farmacológicos cuando sean indicados
7.- Promover programas de prevención y educación en salud a nivel individual y comunitario
Relación entre obesidad y riesgo cardiovascular
Numerosos estudios, citados y analizados en la Revista Española de Cardiología, han demostrado consistentemente que la obesidad constituye un factor de riesgo cardiovascular de primer orden. El desarrollo de enfermedades como la hipertensión arterial, la dislipemia o los trastornos glucémicos ocurre con mayor frecuencia y severidad en personas con exceso de peso.
No obstante, la obesidad resulta además un factor de riesgo independiente para la morbilidad cardiovascular, es decir, sigue incidiendo negativamente incluso en ausencia de otras condiciones patológicas previas.
La publicación señala que quienes presentan un IMC elevado tienen mayores probabilidades de sufrir eventos cardiovasculares como infartos de miocardio, insuficiencia cardíaca, enfermedad cerebrovascular e incluso muerte súbita. Esta asociación permanece sólida tanto en estudios de seguimiento poblacional como en investigaciones clínicas más amplias.
Destacan, además, que el riesgo no está asociado únicamente al sobrepeso visible, sino que también personas con obesidad abdominal—diagnosticada según la circunferencia de la cintura—presentan un riesgo cardiovascular significativamente elevado, lo que ha llevado a considerar la localización de la grasa corporal como un elemento de especial relevancia para la estratificación del riesgo cardiometabólico.
Mecanismos fisiopatológicos que vinculan obesidad y enfermedad cardiovascular
La Revista Española de Cardiología expone con amplitud los mecanismos biológicos que conectan la obesidad con el desarrollo de enfermedad cardiovascular. El exceso de grasa, principalmente a nivel visceral, incrementa la secreción de citocinas proinflamatorias y adipocinas que fomentan un entorno de inflamación crónica de bajo grado.
Esta situación contribuye a la disfunción endotelial, el aumento de la resistencia a la insulina y la alteración de los perfiles lipídicos, todos ellos factores implicados en la génesis de la aterosclerosis y otras patologías cardíacas.
Asimismo, el incremento del volumen sanguíneo circulante y del gasto cardíaco, consecuencia directa de la masa corporal aumentada, puede inducir a largo plazo una hipertrofia ventricular izquierda e insuficiencia cardíaca.
La obesidad promueve también cambios adversos en la estructura y funcionalidad del corazón, entre ellos el engrosamiento de las paredes ventriculares y la rigidez miocárdica. En combinación, estos factores no solo facilitan la aparición de daño estructural sino que agravan la evolución de la disfunción cardíaca.
De acuerdo con la Revista Española de Cardiología, los efectos sociales y ambientales, sumados a la predisposición genética, contribuyen a constituir lo que describen como un “terreno abonado” para el desarrollo y progresión de distintas enfermedades cardiovasculares.
Impacto de la obesidad en enfermedades cardiovasculares específicas
Los expertos de la Revista Española de Cardiología detallan que la obesidad no solo aumenta el riesgo global cardiovascular, sino que influye de forma concreta sobre patologías determinadas. En cuanto a la cardiopatía isquémica, se observa una relación directa entre la obesidad, la aceleración del proceso aterosclerótico y la aparición precoz de obstrucciones coronarias.
A su vez, la insuficiencia cardíaca se presenta con mayor frecuencia entre quienes padecen obesidad, debido al incremento sostenido de la carga de trabajo cardíaco y a la coexistencia de factores metabólicos adversos.
El riesgo de fibrilación auricular, una arritmia cardíaca común, también se ve significativamente elevado en la población obesa, en parte por cambios inflamatorios y estructurales en las cavidades cardíacas. A lo anterior se añade la mayor incidencia de enfermedades tromboembólicas, como el tromboembolismo pulmonar, en personas con obesidad—debido a una hipercoagulabilidad relacionada con el estado proinflamatorio crónico.
En términos de impacto poblacional, la Revista Española de Cardiología recalca que el aumento de la mortalidad y la discapacidad por eventos cardiovasculares entre personas con obesidad conlleva un notable coste humano, social y sanitario.
No obstante, la publicación recalca la necesidad de combinar un abordaje clínico eficaz con estrategias poblacionales de prevención, en las que participen tanto los sistemas sanitarios como las instituciones educativas y la industria alimentaria. Solo a través de programas de prevención amplios, sostenibles y culturalmente adaptados podrá frenarse la tendencia creciente de la obesidad y controlar su impacto sobre la salud cardiovascular.
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