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Ronaidi Zamora: «Crecí entre carencias y la vida me enseñó a volar»

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Escrito por Beatriz Quintana

Acarigua.- No es fácil para quien es una persona con éxito, volver a su pasado y comentar públicamente una historia dolorosa de pobreza extrema, no por vergüenza, sino porque si aún las heridas están abiertas inevitablemente volverán a sangrar. Es allí cuando, tratando de ocultarlas, acudimos a las máscaras del orgullo que, socialmente, a pesar de lo dañinas, sí son aceptadas.

Ronaidi Zabrina Zamora Márquez, abogada y coach ontológico, e inteligente como fue desde niña, saca a la luz por primera vez detalles de una vida difícil, que ella afortunadamente supo poner a su favor, no solo para sobrevivirla y superarla, sino también para poner su experiencia al servicio de los demás.

Un alto a su destino solitario marca, a los 16 años, un voluntariado en la parroquia a la que asistía y un viaje junto a otros 450 niños de la calle, marcaría su vida.

«Los jóvenes limpiábamos baños, cortábamos cabello, bañábamos a los más pequeños. Luego de 5 días, debían los niños volver a las calles. Ya el bus había tomado la autopista, cuando bajo mi asiento vi a un niño de 7 años que me pidió que lo llevase conmigo. No pude, no estaba a mi alcance, y fue en ese justo instante donde me dije: ‘Yo voy a servir. Ningún niño sufrirá en mis manos’», relató

Comenzó ayudando en la crianza de sus sobrinos y, con apenas 8 años, ellos le decían «mamá».

Como “querer es poder”, Ronaidi, decidida, entendió que solo con educación y disciplina cambiaría su destino. Fue becada por Smurfitkappa para cubrir su secundaria, formó una familia, tuvo sus propios hijos y se graduó de abogada. Es especialista en Gerencia Empresarial, Administración Tributaria y Derecho Laboral de la Universidad Fermín Toro y MsC. en Criminalística y Criminología, del Iupol.

Pero no fue suficiente, pues solo buscando y sanando el origen, lograría cambiar, y —como ella dice— no solo ser una buena persona, sino una mujer feliz. Y es entonces cuando emprende el camino que hoy transita como coach ontológico sistémico y transpersonal, acreditada por instituciones académicas reconocidas. Realizó estudios durante 4 años de Descodificación Biológica de Enfermedades, certificada por la escuela francesa del psicoterapeuta Cristian Flèche, y fue formada por la Fundación Polar, para ejecutar proyectos sociales.

«Mi historia, mis aparentes patologías, cada síntoma en mi cuerpo desde los 12 años a los 27, ha cambiado. Elegí ofrecerme para que instrumentaran mi columna, precisando mi búsqueda y comprendiendo mi cuerpo. Siempre agradeceré mi existir a mis padres, a mis hijos a quienes hoy les ofrezco esta nueva versión de mi vida. He hecho familia de muchas maneras y en cualquier parte donde llego, y si hablamos de mi familia directa, la conforman mis hijos Mariano, María Darielys y mi compañero de vida, José», recalcó.

Hoy, profesional, exitosa, bella y brillando con luz propia, se siente satisfecha de la mujer que ha moldeado, reconociendo los deseos de su alma libre que, desnuda, como iba de niña, se liberó de patrones para ser, finalmente, feliz.

Actualmente es abogada y coach ontológico y una mujer feliz

Sola

Ronaidi nació en Caracas un 11 de marzo de 1981 y es la número 6 de 7 hermanos. Sus padres decidieron venirse a los llanos a su primer año de vida. Su infancia transcurre en Ospino, rodeada de hermanos y sus progenitores, solo hasta los 6 años.

«Luego, mi padre se enamora y sale de casa. Mi madre debió lidiar con 5 hermanos, pues uno murió al nacer. Tenía solo 6 años cuando se fue y antes de eso recuerdo haber vivido muy bien y serían unos 8 años cuando mi madre agobiada, comienza a vender poco a poco todo para sostenernos. Sobrevivía, con una mamá ausente por trabajar todo el día. Amaba cuando llegaban los sábados porque estaba y se ocupaba de la casa. Pero la recuerdo triste y enojada», dijo.

A pesar de eso, Ronaidi siempre estaba risueña y por donde pasara iba bailando. Así —explicó— la recuerdan y se recuerda a sí misma. Hasta los 13 años, apenas llegaba de clase, prescindía de la franela y los zapatos, vestida solo con su cabellera larga, y disfrutaba jugar en la calle.

«Me vestía completo cuando me iba a la iglesia, refugio que siempre adoré. Yo no miraba mucho a mis hermanos, porque siempre buscaba resolver mis propias carencias. Si tenía hambre tocaba la puerta de un vecino y preguntaba ¿Qué hago para ayudarle y como aquí ? Tenía tres casas puntuales, en las que, luego de clases podía estar segura que ayudaba, comía y me quedaba jugando», indicó.

Ella no la recuerda triste, pero sí muy sola. Llegó el momento de usar franela cuando a los 14 años pasaba a ser mujer y, con ello, tuvo más noción de sus carencias.

-Vecinos buenos y otros no tanto. Me agarraba la hora del almuerzo en la calle y me decían: «Aquí vamos a comer. Vaya a su casa, que aquí no comerá». Nada. Si mamá no estaba en casa, iba a la de esos vecinos buenos, dice con humor.

Diseñando alas

«Ser becada de Smurfitkappa, es un orgullo. Me sacó del barrio, de cierta forma. Ese proyecto mejoró todo, nos daban todo lo que necesitáramos y, por ende, la familia se beneficiaba. Así llegó más comida para la familia. No volví a casa sino a visitar, hasta ahora. Este entorno, a diferencia de muchos, que sé que existen, no tenían drogas ni prostitución, y eso hizo todo más fácil, sin duda alguna. En mi generación, todos somos profesionales; vivimos en un mismo lugar, con historias distintas», agregó.

Explica que la época del internado fue el diseño de sus alas y que allí conoció todo lo bueno de lo difícil, y profesores que hoy tiene en lugar especial.

«Amigos que aún conservo. También me enamoré. Me había construido una armadura, pero fue ahí donde comencé el desarme multidisciplinario, incluyendo un psicólogo que daría lugar a un cambio de percepción», refirió.

Resiliencia

Tener la inquietud entre el dolor que embargaba a su madre, sus miedo por la responsabilidad que sobrepasaba sus fuerzas y todo lo que rodeo su infancia, tuvo sus consecuencias emocionales, en el pequeño cuerpo de Ronaidi. Enfermaba mucho y recuerda que a los 12 años, fue a consulta con su hermana mayor y allí diagnosticaron una parálisis.

«¿Me preguntas qué fue lo más impactante ? El cuerpo lo dejó saber con mi columna instrumentada, parálisis y otras aparentes patologías que hoy, habiendo sanado esos programas de infancia, ya no están en mi cuerpo. Y toda esa experiencia, es la que hoy pongo al servicio de todos. Es la primera vez que hablo públicamente sobre esto; que la descodificación y todo lo que hoy es parte de mi conocimiento, fue probado primero en mí misma. De lo contrario, sería solo una mujer hablando bonito, repitiendo lo que dice un libro. Por ello, hago énfasis en que la única manera de estar para el otro es reconciliarse con la propia historia», aseguró.

Ronaidi parafrasea a Sigmund Freud diciendo que “matar” a los padres y a ese niño que fuiste, es necesario para seguir adelante.

«Yo amo a la niña que fui, a mis padres los he ‘desaparecido’ para poder amarlos hoy, con este corazón sano con que ahora los reconozco, inclusive, a algunos de mis hermanos. No podemos andar por la vida así, pero sucede, por no saber cómo hacerlo y ese es el momento de buscar ¿Cómo darte cuenta si lo necesitas? Ve hacia dentro de ti y mira cómo te relacionas con la vida», afirma.

Ronaidi de niña, cuando empezó su etapa de dificultades

-Todo ha sido un proceso, porque no es que te levantas un día y te dices ‘voy a cambiar’. Había cumplido con la familia, la sociedad y con lo moral, es decir, graduarme, tener pareja, criar hijos y desde muy joven, ser la buena. Pero me vi infeliz, porque es eso lo que genera el cumplir con el sistema, eso lo ves en la inmadurez relacional que habita en la espera de reconocimiento que es lo único en lo que el ser humano se debate, así que no fue distinto para mí, refirió.

El propósito

Un día se fue la Universidad Metropolitana, sede de esta consultoría, y recuerda que a los 13 participantes les preguntaron: “¿Por qué estás aquí?”.

«Yo siendo la última de la ronda respondí: ‘Soy buena. Ahora vengo a ser feliz’. Así que no es algo que eliges por un cartón más, sino que lo vives para trascender. Desde entonces, no he parado mi búsqueda, cosa que no es un lugar, es un estado y le llamo ‘bien-estar’», agregó.

La Descodificación Biológica busca escuchar el grito impregnado en la célula, va a la historia de la persona por medio de la enfermedad ya existente, que ya vivió un evento en soledad, en silencio, un drama sin solución —indicó— Estas son las condiciones para que implotemos y la patología es la respuesta de lo que la persona está viviendo en lo más íntimo de su ser.

Éste es hoy su oficio y lo integra con su profesión, cuando desarrolla la gestión de competencias blandas dentro de las empresas. Complementa ambos espacios de servicio, escuchando y acompasando la humanidad, que habita en el otro.

Entendió que solo con educación y disciplina cambiaría su destino

«Me gustan las miradas que me regalan luego de que se dan cuenta de aquello que los limita. Poder ver en alguien que comparte su intimidad, para dejarme saber que ya puede mirar su historia», dijo.

«Acabo de finalizar la tercera vuelta de 8 coloquios en formato de conferencias, en el llamado Consciencia Biológica. Mi MetaModelo de aprendizaje, es una reparación sistémica. Estudiar es una constante. Llega un momento que el mantenerme al día en la extensa mirada que encuentro en cada usuario, veo mil interpretaciones de un mismo hecho. Sigo estudiando y observándome, que es una manera de aprender», señaló.

Tiene varios proyectos que se están gestando en la intimidad y que al florecer los dejará al servicio de quien lo necesite. Por ahora, cierra el ciclo de coloquios y comienza a trabajar el cuerpo en talleres experienciales y vivenciales, amplificando exponencialmente este propósito de vida.

«Quiero servir, no ser la mejor. Todo lo que tengo lo pondré al servicio de mis congéneres siempre. Encontrar este propósito me ha reconciliado con la vida», enfatizó. (CNP 16.100)

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